"El carácter revolucionario del movimiento nacional, en las condiciones
de la opresión imperialista, no presupone forzosamente, ni mucho menos, la
existencia de elementos proletarios en el movimiento, la existencia de un
programa revolucionario o republicano del movimiento, la existencia en éste de
una base democrática. La lucha del emir de Afganistán por la independencia de
su país es una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar de las ideas
monárquicas del emir y de sus partidarios, porque esa lucha debilita al
imperialismo, lo descompone, lo socava"
La cuestión nacional (Los fundamentos del Leninismo)
Analizaré dos cuestiones
fundamentales de este tema:
a) planteamiento de la cuestión,
b) el movimiento de liberación de los pueblos oprimidos y la revolución
proletaria.
1) Planteamiento de la cuestión.
Durante los dos últimos decenios, la cuestión nacional ha sufrido una serie de
cambios muy importantes. La cuestión nacional del período de la II
Internacional y la cuestión nacional del período del leninismo distan mucho de
ser lo mismo. No sólo se diferencian profundamente por su extensión, sino por
su carácter interno.
Antes, la cuestión nacional no se
salía, por lo común, de un estrecho círculo de problemas, relacionados
principalmente con las nacionalidades "cultas". Irlandeses, húngaros,
polacos, finlandeses, serbios y algunas otras nacionalidades europeas: tal era
el conjunto de pueblos sin plenitud de derechos por cuya suerte se interesaban
los personajes de la II Internacional. Los pueblos asiáticos y africanos,
decenas y centenares de millones de personas-, que sufren la opresión nacional
en su forma más brutal y más cruel, quedaban generalmente fuera de su horizonte
visual. No se decidían a poner en un mismo plano a los blancos y a los negros,
a los pueblos "cultos" y a los "incultos". De dos o tres
resoluciones vacuas y agridulces, en las que se eludía cuidadosamente el
problema de la liberación de las colonias, era todo de lo que podían
vanagloriarse los personajes de la II Internacional. Hoy, esa doblez y esas
medias tintas en la cuestión nacional deben considerarse suprimidas. El
leninismo ha puesto al desnudo esta incongruencia escandalosa, ha demolido la
muralla entre los blancos y los negros, entre los europeos y los asiáticos,
entre los esclavos "cultos" e "incultos" del imperialismo,
y con ello ha vinculado la cuestión nacional al problema de las colonias. Con
ello, la cuestión nacional ha dejado de ser una cuestión particular e interna
de los Estados para convertirse en una cuestión general e internacional, en la
cuestión mundial de liberar del yugo del imperialismo a los pueblos oprimidos
de los países dependientes y de las
colonias.
Antes, el principio de la
autodeterminación de las naciones solía interpretarse desacertadamente,
reduciéndolo, con frecuencia, al derecho de las naciones a la autonomía.
Algunos líderes de la II Internacional llegaron incluso a convertir el derecho
a la autodeterminación en el derecho a la autonomía cultural, es decir, en el
derecho de las naciones oprimidas a tener sus propias instituciones culturales.,
dejando todo el Poder político en manos de la nación dominante. Esta
circunstancia hacía que la idea de la autodeterminación corriese el riesgo de
transformarse, de un arma para luchar contra las anexiones, en un instrumento
para justificarlas. Hoy, esta confusión debe considerarse suprimida. El
leninismo ha ampliado el concepto de la autodeterminación, interpretándolo como
el derecho de los pueblos oprimidos de
los países dependientes y de las colonias a la completa separación como el
derecho de las naciones a existir como Estados independientes. Con ello, se
eliminó la posibilidad de justificar las anexiones mediante la interpretación
del derecho a la autodeterminación como derecho a la autonomía. El principio
mismo de autodeterminación, que en manos de los socialchovinistas sirvió,
indudablemente, durante la guerra imperialista, de instrumento para engañar a
las masas, convirtióse, de este modo, en instrumento para desenmascarar todos y
cada uno de los apetitos imperialistas y maquinaciones chovinistas, en
instrumento de educación política de las masas en el espíritu del
internacionalismo.
Antes, la cuestión de las naciones
oprimidas solía considerarse como una cuestión puramente jurídica. Los partidos
de la II Internacional se contentaban con la proclamación solemne de "la
igualdad de derechos de las naciones" y con innumerables declaraciones
sobre la "igualdad de las naciones", encubriendo el hecho de que, en el imperialismo, en el que un grupo de
naciones (la minoría) vive a expensas de la explotación de otro grupo de
naciones, la "igualdad de las naciones" es un escarnio para los
pueblos oprimidos. Ahora, esta concepción jurídica burguesa de la cuestión
nacional debe considerarse desenmascarada. El leninismo ha hecho descender la
cuestión nacional, desde las cumbres de las declaraciones altisonantes, a la
tierra, afirmando que las declaraciones sobre la "igualdad de las
naciones", si no son respaldadas por el apoyo directo de los partidos
proletarios a la lucha de liberación de los pueblos oprimidos, no son más que
declaraciones hueras e hipócritas. Con ello, la cuestión de las naciones
oprimidas se ha convertido en la cuestión de
apoyar, de ayudar, y de ayudar de un modo real y constante, a las naciones
oprimidas en su lucha contra el imperialismo, por la verdadera igualdad de las
naciones, por su existencia como Estados independientes.
Antes, la cuestión nacional se
enfocaba de un modo reformista, como una cuestión aislada, independiente, sin
relación alguna con la cuestión general del Poder del capital, del
derrocamiento del imperialismo, de la revolución proletaria. Dábase tácitamente
por supuesto que la victoria del proletariado de Europa era posible sin una
alianza directa con el movimiento de liberación de las colonias, que la
cuestión nacional y colonial podía resolverse a la chita callando, "de por
sí", al margen de la vía magna de la revolución proletaria, sin una lucha
revolucionaria contra el imperialismo. Ahora, este punto de vista
antirrevolucionario debe considerarse desenmascarado. El leninismo demostró, y
la guerra imperialista y la revolución en Rusia lo han corroborado, que el
problema nacional sólo puede resolverse en relación con la revolución
proletaria y sobre la base de ella; que
el camino del triunfo de la revolución en el Occidente pasa a través de la
alianza revolucionaria con el movimiento de liberación de las colonias y de los
países dependientes contra el imperialismo. La cuestión nacional es una
parte de la cuestión general de la revolución proletaria, una parte de la cuestión
de la dictadura del proletariado.
La cuestión se plantea así: ¿se han
agotado ya las posibilidades revolucionarias que ofrece el movimiento
revolucionario de liberación de los países oprimidos o no se han agotado? Y si
no se han agotado, ¿hay la esperanza de aprovechar estas posibilidades para la
revolución proletaria, de convertir a los
países dependientes y a las colonias, de reserva de la burguesía
imperialista, en reserva del proletariado revolucionario, en aliado suyo?, ¿hay
fundamento para ello?
El leninismo da a esta pregunta una
respuesta afirmativa, es decir, reconoce que en el seno del movimiento de
liberación nacional de los países oprimidos hay fuerzas revolucionarias y que
es posible utilizar esas fuerzas para el derrocamiento del enemigo común, para
el derrocamiento del imperialismo. La mecánica del desarrollo del imperialismo,
la guerra imperialista y la revolución en Rusia confirman plenamente las
conclusiones del leninismo a este respecto.
De ahí la necesidad de que el
proletariado de las naciones "imperiales" apoye decidida y
enérgicamente el movimiento de liberación nacional de los pueblos oprimidos y
dependientes.
Esto no significa, por supuesto, que
el proletariado deba apoyar todo movimiento nacional, siempre y en todas
partes, en todos y en cada uno de los casos concretos. De lo que se trata es de
apoyar los movimientos nacionales encaminados a debilitar el imperialismo, a
derrocarlo, y no a reforzarlo y mantenerlo. Hay casos en que los movimientos
nacionales de determinados países oprimidos chocan con los intereses del
desarrollo del movimiento proletario. Cae de su peso que en esos casos ni
siquiera puede hablarse de apoyo. La cuestión de los derechos de las naciones
no es una cuestión aislada, independiente, sino una parte de la cuestión
general de la revolución proletaria, una parte supeditada al todo y que debe
ser enfocada desde el punto de vista del todo. En los años 40 del siglo pasado,
Marx defendía el movimiento nacional de los polacos y de los húngaros contra el
movimiento nacional de los checos y de los sudeslavos. ¿Por qué? Porque los
checos y los sudeslavos eran por aquel entonces "pueblos
reaccionarios", "puestos avanzados de Rusia" en Europa, puestos
avanzados del absolutismo, mientras que los polacos y los húngaros eran
"pueblos revolucionarios", que luchaban contra el absolutismo. Porque
apoyar el movimiento nacional de los checos y de los sudeslavos significaba
entonces apoyar indirectamente al zarismo, el enemigo más peligroso del
movimiento revolucionario de Europa.
Las distintas reivindicaciones de la
democracia -dice Lenin-, incluyendo la de la autodeterminación, no son algo
absoluto, sino una partícula de
todo el movimiento democrático (hoy, socialista) mundial. Puede suceder que, en un caso dado, una partícula se
halle en contradicción con el todo; entonces, hay que desecharla (v. t. XIX, págs. 257-258).
Así se plantea la cuestión de los
distintos movimientos nacionales, y del carácter, posiblemente reaccionario, de
estos movimientos, siempre y cuando, naturalmente, que no se los enfoque desde
un punto de vista formal, desde el punto de vista de los derechos abstractos,
sino en un plano concreto, desde el punto de vista de los intereses del
movimiento revolucionario.
Otro tanto hay que decir del
carácter revolucionario de los movimientos nacionales en general. El carácter
indudablemente revolucionario de la inmensa mayoría de los movimientos
nacionales es algo tan relativo y peculiar, como lo es el carácter posiblemente
reaccionario de algunos movimientos nacionales concretos. El carácter revolucionario del movimiento nacional, en las condiciones
de la opresión imperialista, no presupone forzosamente, ni mucho menos, la
existencia de elementos proletarios en el movimiento, la existencia de un
programa revolucionario o republicano del movimiento, la existencia en éste de
una base democrática. La lucha del emir de Afganistán por la independencia de
su país es una lucha objetivamente revolucionaria, a pesar de las ideas
monárquicas del emir y de sus partidarios, porque esa lucha debilita al
imperialismo, lo descompone, lo socava. En cambio, la lucha de demócratas y
"socialistas", de "revolucionarios" y republicanos tan
"radicales" como Kerenski y Tsereteli, Renaudel y Scheidemann,
Chernov y Dan, Henderson y Clynes durante la guerra imperialista era una lucha
reaccionaria, porque el resultado que se obtuvo con ello fue pintar de color de
rosa, fortalecer y dar la victoria al imperialismo. La lucha de los comerciantes y de los intelectuales burgueses egipcios
por la independencia de Egipto es, por las mismas causas, una lucha
objetivamente revolucionaria, a pesar del origen burgués y de la condición
burguesa de los líderes del movimiento nacional egipcio, a pesar de que estén
en contra del socialismo. En cambio, la lucha del gobierno
"obrero" inglés por mantener a Egipto en una situación de dependencia
es, por las mismas causas, una lucha reaccionaria, a pesar del origen
proletario y del título proletario de los miembros de ese gobierno, a pesar de
que son "partidarios" del socialismo. Y no hablo ya del movimiento nacional de otras colonias y países
dependientes más grandes, como la India y China, cada uno de cuyos pasos por la
senda de la liberación, aun cuando no se ajuste a los requisitos de la
democracia formal, es un terrible mazazo asestado al imperialismo, es decir, un
paso indiscutiblemente revolucionario.
Lenin tiene razón cuando dice que el
movimiento nacional de los países oprimidos no debe valorarse desde el punto de
vista de la democracia formal, sino desde el punto de vista de los resultados
prácticos dentro del balance general de la lucha contra el imperialismo, es
decir, que debe enfocarse "no aisladamente, sino en escala mundial"
(v. t. XIX, pág. 257).
2) El movimiento de liberación de
los pueblos oprimidos y la revolución proletaria. Al resolver la cuestión
nacional, el leninismo parte de los principios siguientes:
a) el mundo está dividido en dos campos: el que integran un puñado de
naciones civilizadas, que poseen el capital financiero y explotan a la inmensa
mayoría de la población del planeta, y el campo de los pueblos oprimidos y
explotados de las colonias y de los países dependientes, que forman esta
mayoría;
b) las colonias y los países dependientes, oprimidos y explotados por el
capital financiero, constituyen una formidable reserva y es el más importante
manantial de fuerzas para el imperialismo;
c) la lucha revolucionaria de los
pueblos oprimidos de las colonias y de los países dependientes contra el
imperialismo es el único camino por el que dichos pueblos pueden emanciparse de
la opresión y de la explotación;
d) las colonias y los países
dependientes más importantes han iniciado ya el movimiento de liberación
nacional, que tiene que conducir por fuerza a la crisis del capitalismo
mundial;
e) los intereses del movimiento
proletario en los países desarrollados y del movimiento de liberación nacional
en las colonias exigen la unión de estas dos formas del movimiento
revolucionario en un frente común contra el enemigo común, contra el
imperialismo;
f) la clase obrera en los países desarrollados no puede triunfar, ni los
pueblos oprimidos liberarse del yugo del imperialismo, sin la formación y
consolidación de un frente revolucionario común;
g) este frente revolucionario común
no puede formarse si el proletariado de las naciones opresoras no presta un
apoyo directo y resuelto al movimiento de liberación de los pueblos oprimidos
contra el imperialismo "de su propia patria", pues "el pueblo
que oprime a otros pueblos no puede ser libre" (Engels);
h) este apoyo significa: sostener,
defender y llevar a la práctica la consigna del derecho de las naciones a la
separación y a la existencia como Estados independientes;
i) sin poner en práctica esta
consigna es imposible lograr la unificación y la colaboración de las naciones
en una sola economía mundial, que constituye la base material para el triunfo
del socialismo en el mundo entero;
j) esta unificación sólo puede ser
una unificación voluntaria, erigida sobre la base de la confianza mutua y de
relaciones fraternales entre los pueblos
De aquí se derivan dos aspectos, dos
tendencias en la cuestión nacional: la tendencia a liberarse políticamente de
las cadenas del imperialismo y a formar Estados nacionales independientes, que
ha surgido sobre la base de la opresión imperialista y de la explotación
colonial, y la tendencia al acercamiento económico de las naciones, que ha
surgido a consecuencia de la formación de un mercado y una economía mundiales.
El capitalismo en desarrollo -dice
Lenin- conoce dos tendencias históricas en la cuestión nacional. Primera: el
despertar de la vida nacional y de los movimientos nacionales, la lucha contra
toda opresión nacional, la creación de Estados nacionales. Segunda: el
desarrollo y la multiplicación de vínculos de todo género entre las naciones,
la destrucción de las barreras nacionales, la creación de la unidad
internacional del capital, de la vida económica en general, de la política, de
la ciencia, etc.
Ambas tendencias son una ley mundial
del capitalismo. La primera predomina en los comienzos de su desarrollo, la
segunda caracteriza al capitalismo maduro, que marcha hacia su transformación
en sociedad socialista (v. t.
XVII, págs. 139-140).
Para el imperialismo, estas dos
tendencias son contradicciones inconciliables, porque el imperialismo no puede
vivir sin explotar a las colonias y sin mantenerlas por la fuerza en el marco
de "un todo único"; porque el imperialismo no puede aproximar a las
naciones más que mediante anexiones y conquistas coloniales, sin las que, hablando
en términos generales, es inconcebible.
Para el comunismo, por el contrario,
estas tendencias no son más que dos aspectos de un mismo problema, del problema
de liberar del yugo del imperialismo a los pueblos oprimidos, porque el
comunismo sabe que la unificación de los pueblos en una sola economía mundial
sólo es posible sobre la base de la confianza mutua y del libre consentimiento
y que para llegar a la unión voluntaria de los pueblos hay que pasar por la
separación de las colonias del "todo único" imperialista y por su
transformación en Estados independientes.
De aquí la necesidad de una lucha
tenaz, incesante, resuelta, contra el chovinismo imperialista de los
"socialistas" de las naciones dominantes (Inglaterra, Francia Estados
Unidos de América, Italia, Japón, etc.), que no quieren combatir a sus
gobiernos imperialistas ni apoyar la lucha de los pueblos oprimidos de
"sus" colonias por liberarse de la opresión, separarse y formar
Estados independientes.
Sin esta lucha es inconcebible la
educación de la clase obrera de las naciones dominantes en un espíritu de
verdadero internacionalismo, en un espíritu de acercamiento a las masas
trabajadoras de los países dependientes y de las colonias, en un espíritu de
verdadera preparación de la revolución proletaria. La revolución no habría
vencido en Rusia, y Kolchak y Denikin no hubieran sido derrotados, si el
proletariado ruso no hubiese tenido de su parte la simpatía y el apoyo de los
pueblos oprimidos del antiguo Imperio Ruso. Ahora bien, para ganarse la
simpatía y el apoyo de estos pueblos, el proletariado ruso tuvo, ante todo, que
romper las cadenas del imperialismo ruso y librarlos de la opresión nacional.
De otra manera, hubiera sido
imposible consolidar el Poder Soviético, implantar el verdadero
internacionalismo y crear esa magnífica organización de colaboración de los
pueblos que lleva el nombre de Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y que
es el prototipo viviente de la futura unificación de los pueblos en una sola
economía mundial.
De aquí la necesidad de luchar
contra el aislamiento nacional, contra la estrechez nacional, contra el
particularismo de los socialistas de los países oprimidos, que no quieren subir
más arriba de su campanario nacional y no comprenden la relación existente
entre el movimiento de liberación de su país y el movimiento proletario de los
países dominantes.
Sin esa lucha es inconcebible
defender la política independiente del proletariado de las naciones oprimidas y
su solidaridad de clase con el proletariado de los países dominantes en la
lucha por derrocar al enemigo común, en la lucha por derrocar al imperialismo.
Sin esa lucha, el internacionalismo
sería imposible.
Tal es el camino para educar a las
masas trabajadoras de las naciones dominantes y de las oprimidas en el espíritu
del internacionalismo revolucionario.
He aquí lo que dice Lenin de esta
doble labor del comunismo para educar a los obreros en el espíritu del
internacionalismo:
Esta educación... ¿puede ser concretamente igual en las grandes
naciones, en las naciones opresoras, que en las pequeñas naciones oprimidas, en
las naciones anexionistas que en las naciones anexionadas? Evidentemente, no.
El camino hacia el objetivo común -la completa igualdad de derechos, el más
estrecho acercamiento y la ulterior usión
de todas las naciones- sigue aquí, evidentemente, distintas rutas
concretas, lo mismo que, por ejemplo, el camino conducente a un punto situado
en el centro de esta página parte hacia la izquierda de una de sus márgenes y
hacia la derecha de la margen opuesta. Si el socialdemócrata de una gran nación
opresora, anexionista, profesando, en general, la teoría de la fusión de las
naciones, se olvida, aunque sólo sea por un instante, de que "su"
Nicolás II, "su" Guillermo, "su" Jorge, "su"
Poincaré, etc., etc abogan también por
la fusión con las naciones pequeñas (por medio de anexiones) -Nicolás II
aboga por la "fusión" con Galitzia, Guillermo II por la
"fusión" con Bélgica, etc.-, ese socialdemócrata resultará ser, en
teoría, un doctrinario ridículo, y, en la práctica, un cómplice del
imperialismo. El centro de gravedad de la educación internacionalista de los
obreros de los países opresores tiene que estar necesariamente en la prédica y
en la defensa de la libertad de separación de los países oprimidos. De otra
manera, no hay
internacionalismo. Tenemos el derecho y el deber de tratar de imperialista y de
canalla a todo social-demócrata de una nación opresora que no realice tal
propaganda. Esta es una exigencia incondicional, aunque, prácticamente, la separación no sea
posible ni "realizable" antes del socialismo más que en el uno por
mil de los casos. Y, a la inversa, el socialdemócrata de una nación pequeña
debe tomar como centro de gravedad de sus campañas de agitación la primera palabra de nuestra fórmula
general: "unión voluntaria"
de las naciones. Sin faltar a sus deberes de internacionalista, puede
pronunciarse tanto a favor de
la independencia política de su nación como
a favor de su incorporación al Estado vecino X, Y, Z, etc. Pero deberá luchar
en todos los casos contra la
mezquina estrechez nacional, contra el aislamiento nacional, contra el
particularismo, por que se tenga en cuenta lo total y lo general, por la
supeditación de los intereses de lo particular a los intereses de lo general. A
gentes que no han penetrado en el problema, les parece
"contradictorio" que los socialdemócratas de las naciones opresoras
exijan la "libertad de separación"
y los socialdemócratas de las naciones oprimidas la "libertad de unión". Pero, a poco que se
reflexione, se ve que, partiendo de la situación dada, no hay ni puede haber otro camino hacia el internacionalismo y la fusión de las
naciones, no hay ni puede haber otro camino que conduzca a este fin (v. t. XIX, págs. 261-262).
No hay comentarios:
Publicar un comentario